sábado, 14 de noviembre de 2015

TRABAJO DECENTE



TRABAJO DECENTE

Miguel Suárez Sandoval


Trabajo es toda actividad humana. Es el camino a la perfección del ser pensante.
El trabajo, en toda circunstancia, debe ser considerado como un desarrollo, y la legislación que así no lo considere sería inoperante. El trabajo es característica substancial del hombre.
El trabajo tiene un valor ─y no lo pierde─ porque es hechura humana. Contribuye a mejorar al que lo ejecuta y talvez es el camino más directo en la lucha contra la pobreza. Como hechura humana el trabajo tiene un valor ético, mas no así lo que produce la máquina que tiene solamente un valor industrial.
Si el hombre tiene el deber de trabajar, la sociedad tiene la obligación de procurarle un trabajo para que pueda vivir: un trabajo digno, un trabajo decente. Pero, lamentablemente, el hombre trabajador ─siendo la principal hechura de Dios─ no tiene en el mundo quién lo defienda. Y esa es la razón por la que Mozart Víctor Russomano lo llamó hiposuficiente. Para darle tal calificación tomó como base al vínculo que aparece entre el hombre-trabajador y su dador de trabajo también llamado empleador.
A partir más o menos de los años 90 del siglo XX y la primera década del siglo XXI, con la tecnología y la globalización aparece en la parte empresarial y política una nueva forma de ver al trabajo como queriendo desplazar al concepto “dignidad humana”. Consecuentemente se manifestó el desempleo, que a nivel mundial creció en grandes proporciones.
El empleador o dador de trabajo, los representantes del Estado y del Gobierno, así como los políticos en gran proporción, imponen ese concepto en el mundo laboral.
La globalización en general y la nueva tecnología particularmente han estructurado un nuevo mundo (contemporáneo) que ha dado consecuentemente una revolución tecnológica. Y los estudiosos del tema están de acuerdo al decir que ha aparecido un tipo de empresa, de empresario y de política laboral porque se aplica el principio de: “quien maneja la economía también maneja la política”. Y el trabajador por cuenta ajena resulta siendo víctima de la flexibilización laboral. En consecuencia, las tendencias políticas contribuyen a la explotación del trabajador subordinado. Además, la legislación laboral, digo legislación, no previó a futuro los grandes cambios del mundo, que sí se contemplan en la finalidad y objetivos del Derecho del Trabajo o Derecho Social.
Según Beck 2006, “el trabajador se torna móvil, se desvincula de los horizontes más cercanos […] se desconecta de una geografía conocida y de la experiencia de generaciones anteriores”.
“La organización flexible de la producción les fuerza a un cambio continuo y la necesidad de asumir riesgos”. Los estudiosos afirman que “pasamos de la sociedad del trabajo a la sociedad del riesgo, donde se afianza lo precario”.
“La sociedad industrial y del riesgo radica en que hemos cambiado la lógica de producción y distribución de riqueza; por la lógica de producción y distribución de riesgo, considerando este último como conjunto de amenazas futuras que depende de las decisiones tomadas a cada momento presente. Decisiones que son cada vez más complejas y requieren más reflexión”.
Daniel Gustavo Mocelin glosa que tales estudios han discutido en conjunto atributos que los puestos de trabajo deberían poseer. Pues, esos expresan ciertas características intrínsecas que han permitido la inclusión social de los trabajadores. Esos estudios defienden la inserción de los individuos en la esfera de la producción como medio privilegiado de inclusión social y ciudadanía (¿Del Trabajo Precario al Trabajo Decente? La calidad del Empleo como Perspectiva Analítica).
Ante la aparición de la flexibilización se vuelve prioritaria la necesidad del diálogo que en algunos países ha desaparecido como la Negociación Colectiva en los conflictos  resultantes de la cuestión social.
Amantya Sen nos dice: “… vivimos un momento crucial de la historia de los trabajadores del mundo…”. Y agrega: “es también un momento histórico para la Organización Internacional del Trabajo en su condición de guardiana de los derechos de los trabajadores” (El Mensajero, miércoles 23 de septiembre del 2015).

TRABAJO DECENTE

Origen. “El trabajo decente es un concepto en construcción, de profundo contenido ético y que tiende a resaltar la importancia de los derechos del trabajador y de la cantidad y calidad suficientes, apropiadas, dignas y justas; lo que incluye el respeto de los derechos, ingresos y condiciones de trabajo satisfactorias, protección social y un contexto de libertad sindical y diálogo social”. (Uriarte, 2001). Con lo que está de acuerdo Héctor Bahad quien reconoce que es un concepto en construcción y le reconoce un profundo contenido ético…
“A veces se puede tener la impresión de que el trabajo decente sería un concepto ‘nuevo’ importante y complejo, pero basado en teorías ultrapasadas en el contexto de un terremoto de las categorías tradicionales”.
“Este concepto (Trabajo Decente) que ha ido adquiriendo cuerpo para transformarse, actualmente, en uno de los objetivos estratégicos de la OIT. Surge como respuesta a la situación de creciente desprotección de los trabajadores y de inseguridad en que se desenvuelven las sociedades contemporáneas del capitalismo globalizado, especialmente los países en desarrollo”. (Malva Espinoza: Trabajo Decente y Protección Social).
Oscar Ermida Uriarte reconoce que: “… la noción de trabajo decente tiene su origen en la memoria del director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el año 1999…”. El profesor Ermida afirma que el trabajo decente contiene dos (2) énfasis importantes: en primer lugar denota una clara preocupación ética; en segundo lugar una preocupación por la calidad de empleo… establece que una reacción ante los “empleos basura” o “empleos chatarra”… por supuesto que es necesario crear empleo; y de igual manera es necesario bajar la tasa de desempleo; pero el empleo a crear tiene que ser un empleo mínimamente digno, las condiciones de trabajo deben ser por lo menos “decentes”. (Ética y Derecho del Trabajo).
El concepto de lo que es el trabajo decente es algo que actualmente viene creciendo gracias a la preocupación de los estudiosos y el cuidado y preocupación de algunas organizaciones internacionales, contando entre ellas a la Organización Internacional del Trabajo.
Se viene diciendo desde hace tiempo que el vocablo Trabajo Decente fue propuesto por la OIT y no hemos encontrado en nuestro peregrinar comentario oponente. Se utiliza tal concepto para presentar las condiciones que debe reunir la relación laboral o del trabajo para que se cumplan los estándares laborales, y el trabajo por cuenta ajena se realice libremente, en forma igualitaria, segura y con dignidad.
Sobre el término “trabajo decente”, recalcamos, se comenta que por primera vez fue usado  ─dentro de los cánones del Derecho─ por Juan Somavía en su informe que como director general de la OIT hizo el año de 1999, y que se produjo “como respuesta al deterioro de los derechos de los trabajadores que se registró mundialmente la década de los años 90 como consecuencia del proceso de globalización…”.
Y entre otros tantos, Juan Hunt (director de oficina de la OIT, España, Guía de Trabajo Decente para una Globalización con Derechos) anota que el término “trabajo decente” fue introducido como respuestas al deterioro de los derechos de los trabajadores que se registró mundialmente durante la década de los noventa, como consecuencia del proceso de globalización y la necesidad de atender la dimensión social. Lamentablemente su concepto se ha politizado en extremo.
La OIT ha establecido que: “… el trabajo decente resume las aspiraciones de la gente durante su vida laboral, significa contar con oportunidades de un trabajo que sea productivo y que genere un ingreso digno, seguridad en el lugar del trabajo y protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración a la sociedad, libertad para que la gente exprese sus opiniones, organización y participación en las decisiones que afecten sus vidas e igualdad de oportunidades y trato para todas las mujeres y hombres”.
Se afirma que el empleo productivo y el trabajo decente son elementos fundamentales para alcanzar una globalización equitativa y la reducción de la pobreza.

CARACTERÍSTICAS

El trabajo decente primeramente debe dar tranquilidad, satisfacción al trabajador (por cuenta ajena) que despierte interés, que produzca seguridad tanto física como psicológica, con su ritmo que estimule, que no produzca un agotamiento extremo y se evite que al final de la jornada el trabajador quede imposibilitado y perjudicado en su salud.
Como explica Ghai (2005), el trabajo decente debe cumplir con las siguientes características:
1)       que pueda ser libremente escogido y que no haya discriminación en la selección, sea por género, nacionalidad o etnia;
2)       que contenga las debidas medidas de protección para salvaguardar la salud de los trabajadores;
3)       que haya libertad de asociación y sindicalización, así como permisión a la negociación colectiva; y,
4)       dar seguridad social y se garantice el diálogo social.

¿QUÉ ES TRABAJO DECENTE,
DESDE LA PERSPECTIVA JURÍDICA?

De trabajo hemos dado ampliamente nuestra opinión. El vocablo proviene del latín “decent entis”, que se traduce como honesto, justo, debido. De buena calidad o en cantidad suficiente.
Cuando hablamos de trabajo, aún sin ningún calificativo, se refiere al humano que se merece todo lo que existe en el mundo, y no podría ser pospuesto por ningún motivo o razón.
En primer lugar veamos qué entiende por trabajo la Organización Internacional del Trabajo. En su constitución del año 1919, declara que todas las naciones deben adoptar un “régimen de trabajo realmente humano”, porque su omisión “constituiría un obstáculo a los procesos de otras naciones que deseen mejorar la suerte de los trabajadores en sus propios países”.
Entonces, ¿qué entiende la OIT por régimen de trabajo realmente humano? Encontramos como referencia que explica que: “… el trabajo no debe considerarse como un simple artículo de comercio; ya que el trabajo no es una mercancía”.
Según palabras de Gerry Rodgers, Eddy Lee, Swepston y Jasmien Van Daele, el trabajo es algo que se vende y se compra. Los mecanismos del “mercado laboral” están regidos por fines muy elevados que hacen que al trabajo no se le considere verdaderamente un artículo de comercio o una mercancía; porque las actividades realizadas por los intervinientes, no gozan libremente de sus pretensiones.
Estas ideas u opiniones no son nuevas o recientes sino que partidarios o adeptos a la flexibilización laboral, mal interpretada pretenden hacerlas resurgir cuando ya en el siglo XX se desechó por estar en contra de la finalidad del Derecho del Trabajo o Social. Y entre sus objetivos está el de poner límites a la explotación del trabajador por cuenta ajena.
Los estudiosos del tema, sobre todo legos en Derecho, se preguntan que si el trabajo no es una mercancía, entonces ¿qué es?
La OIT establece que “todas las formas de trabajo pueden ser fuentes de bienestar y de integración social si están debidamente reglamentadas y organizadas”. Es decir, no se puede evitar que el trabajo sea convertido en una mercancía, pero lo que aquí se puede es poner límites a su nivel de mercantilización. El objetivo de la regularización es impedir la explotación del trabajador por cuenta ajena, expresada por ejemplo en la jornada de trabajo diaria o semanal, pésimas condiciones de trabajo y otras tantas similares a la esclavitud.
La explotación ve al trabajo en condiciones inhumanas, trabajo no pagado o sin hacerlo figurar en ningún registro; es decir, trabajo en negro.
La OIT propone como solución al problema el trabajo decente, y que el trabajador por cuenta ajena tenga un mínimo poder económico para dejar de estar dentro del área de los “más explotados”. De este modo la solución es la inclusión de estos trabajadores en una economía monetaria, en la relación salarial. Dicho de otro modo, que se reconozca la existencia y se respete la Relación de Trabajo o Relación Laboral existente entre el dador de trabajo y el trabajador. (Ver: La Relación del Trabajo y la No Violencia).

¿QUÉ ES EL TRABAJO DECENTE?

Al trabajo decente se le creó como un medio para cumplir con la finalidad y objetivos del Derecho del Trabajo o Laboral, teniendo en cuenta que el trabajo busca la transformación del mundo. Y en el caso del trabajo decente no puede dejar de tener esa finalidad. Así se desprende de la apreciación de los diversos autores e instituciones como por ejemplo la Organización Internacional del Trabajo, que igualmente asegura que: “el trabajo decente es un medio para garantizar la dignidad humana…”; en este caso, de los trabajadores en general.
La intención prioritaria y central del trabajo decente ─sin salirse de la finalidad del Derecho del Trabajo o Laboral─ es comprender y amparar a todo trabajador por cuenta ajena, inclusive precarios e informales. Es decir, que reciban su justa remuneración consecuente de la existencia de la relación de trabajo o vínculo entre el dador de trabajo y el trabajador que lo ejecuta.
El trabajo decente para la OIT “… representa la base para lograr un trabajo digno, un crecimiento productivo y un desarrollo sostenido”.
“El trabajo decente es un concepto que busca expresar lo que ‘debería ser’ el mundo globalizado, un buen trabajo o un empleo digno. El trabajo que dignifica y permite el desarrollo de las propias capacidades, no es cualquier trabajo. Por ejemplo, no es decente el que se realiza sin respeto a los principios y derechos laborales fundamentales, ni el que no permite un ingreso justo y proporcional al esfuerzo realizado sin discriminación de género o de cualquier otro tipo, ni aquel que excluye el diálogo social y el tripartidismo” (F. Javier Granda Loza: Guía de Trabajo Decente para una Globalización con Derecho).

DEFINICIÓN

La Organización Internacional del Trabajo, recalcamos, manifiesta que: “el trabajo decente es un medio para garantizar la dignidad humana. El trabajo decente ofrece, pues, un medio para combinar el empleo, los derechos, la protección y el diálogo social en las estrategias de desarrollo”. Y lo define como: “… aquel que se realiza en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana”.
Para la OIT el trabajo decente debe ser entendido como un “derecho humano”, no solo porque es vital para el desarrollo económico y social, y como forma de impulsar una distribución más equitativa de los beneficios del crecimiento económico favoreciendo la inclusión social, el respeto a los trabajadores y los niveles de vida de nuestras poblaciones.
En nuestra publicación El Trabajo, decimos que desde el comienzo de la humanidad, el trabajo constituyó la “piedra angular” para el desarrollo del hombre, y día a día, con el pulir, dicha piedra resultó reformando al mundo, a la sociedad e, incluso, al mismo hombre. Pero con una globalización mal entendida y pésimamente mal interpretada no se podía cumplir con su cometido.
De igual modo, F. Javier Granda Loza, supra mencionado, anota que el trabajo decente es un medio para garantizar la dignidad humana.
Para Daniel Gustavo Mocelin “la concepción de trabajo decente se muestra ‘limitada’ caracterizando una solución política para la discusión precedente fundada en la concepción del trabajo precario”. Y agrega que engloba al concepto trabajo precario y al trabajo decente.
Manuel Bonmatí Portillo comenta que la OIT, definiendo al trabajo decente, anota: “es aquel que se realiza en el respeto a los derechos fundamentales del trabajo con un salario digno y una protección social básica”.
Infante y Sunk (año 2004), escribieron: “trabajo decente es definido como aquel empleo que tiene buena calidad, con elevado nivel productivo y remuneraciones dignas, protección social de los trabajadores, incluyendo tanto la  jubilación como la salud; en el que los derechos laborales son respetados y donde se pueda tener una voz en el lugar de trabajo y la comunidad. Además se trata de un empleo que, entre otros factores, facilite condiciones para una mayor equidad social, permita lograr un equilibrio entre el trabajo y la vida familiar, alcanzar la igualdad de género y promueva la adquisición de capacidades personales para competir en el cambiante mercado laboral”.
Al respecto, Oscar Ermida Uriarte anota que al trabajo decente se lo ha definido como que “es un trabajo productivo, en el cual se goza de protección social”. Y concluye manifestando que: “en estos años posmodernos vivimos un decaimiento moral y correlativa demanda ética, en la sociedad en general y en el mundo del trabajo en especial”.

FINALIDAD

Manuel Bonmatí Portillo sostiene que: “el trabajo decente no es una idea abstracta, sino una necesidad real y una demanda muy concreta de los trabajadores en todo el mundo. Tenemos que asegurar que el recurso número uno de la humanidad sea el capital humano y por ello es fundamental protegerlo mediante el trabajo decente a modo de carta de derechos de los trabajadores; pues, se ha evidenciado la ineficacia del actual sistema de gobierno económico mundial, porque las Instituciones Financieras Internacionales (IFI): Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, han sido incapaces de predecir la crisis y además sus políticas desreguladoras bien podrían haber contribuido a potenciarlo”.
La OIT ha comprendido que su finalidad primordial debe ser incentivar la implantación del trabajo decente; y, eso se ha propuesto llevar adelante. Y podemos decir que la finalidad primordial del trabajo decente es implantar las condiciones que debe reunir o tener la relación del trabajo o relación laboral para cumplir con los diversos tipos de trabajo de modo que este se realice en forma libre y humanamente digna.

OBJETIVOS

En un mundo laboral, en estas épocas de globalización (2015) se debe tener como primer objetivo el buscar la verdad y encontrar soluciones al problema social; pero, para cumplir tal cometido es necesario eliminar los aspectos negativos como por ejemplo la informalidad. Y esta deberá ser estructurada de acuerdo a la situación de cada país.
Amartya Sen (Universidad de Harvard, Premio Nobel de Economía) dice que el objetivo del trabajo decente es: “promover oportunidades para que los hombres y mujeres puedan conseguir un trabajo productivo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana y que abarque a todos los trabajadores, sea cual fuere el modo, y al sector donde trabaje”.


¿QUÉ BUSCA EL TRABAJO DECENTE?

Según Virgilio Levaggi, el trabajo decente es un concepto que busca expresar lo que debería ser el mundo globalizado, un buen trabajo o un empleo digno. El trabajo  que dignifica y permite el desarrollo de las propias capacidades no es cualquier trabajo. No es decente el trabajo que se realiza sin respeto a los principios y derechos laborales fundamentalmente, ni el que no permite ingreso justo y proporcional al esfuerzo realizado, (ni el que se realiza) sin discriminación de género o de cualquier otro tipo, ni el que se lleva a cabo sin protección social, ni aquel que excluye el diálogo social y el tripartismo”.
De lo que dice el autor mencionado se concluye que para poder hacer un trabajo decente, este debe comenzar con dar protección al trabajador, por ser la base para su concreción, un trabajo para que “coma todos los días de su vida” (la Biblia, Génesis 3:17).
El trabajo decente dignifica y permite el desarrollo de las propias capacidades. No es cualquier trabajo. Busca, si no es posible la generación del empleo y creación de puestos de trabajo, cuando menos conservar los existentes. El trabajo decente es la mejor manera que el Estado y cada gobierno deben emplear para reducir la pobreza.

El trabajo decente busca:
1)       la correcta y no maliciosa interpretación del Derecho del Trabajo, con fines económicos, sociales sin dar prioridad a los fines de partido político o particulares;
2)       terminar con la discriminación y desigualdad en las decisiones de trabajo, entre hombres y mujeres, e, incluso, culminar con la pobreza de estos;
3)       un reparto igual de la riqueza creada y acabar con la desigualdad entre países;
4)       donde están los problemas, plantear, negociar y obtener soluciones, en la forma más humana posible ─sin exponer la vida de los trabajadores, aún en aras de la economía de una región─ y, sobre todo, sin condicionarla a una finalidad económica particular; y,
5)       eliminar todo tipo de discriminación laboral, particularmente en la mano de obra femenina y/o erradicar el trabajo infantil en los casos que sea factible.
La idea de trabajo decente es válida tanto para los trabajadores de la economía formal como para los de la economía informal, los trabajadores autónomos incluso para los que trabajan a domicilio. La idea incluye la existencia de empleos suficientes, la remuneración fija, la seguridad y la estabilidad en el trabajo y las condiciones laborales saludables.
F. Javier Granda Loza expresa que el trabajo decente “… es la visión que la gente tiene de él…”. Y agrega: “para la UGT (Unión General de Trabajadores de Rioja), se trata de igualdad de reconocimiento y de la capacitación de las  mujeres para que puedan tomar decisiones y asumir el control de la vida”.
“Se trata de las capacidades personales para competir en el mercado, de mantenerse al día con las nuevas tecnologías y de preservar la salud”. Y termina afirmando que para la OIT el trabajo decente es un medio para garantizar la dignidad humana (Guía del Trabajo Decente para una Globalización con Derechos).
“El trabajador de este nuevo momento, para adaptarse a un futuro incierto, necesita más reflexiones, asesoría, orientación, información y ayuda experta” (Beck 2006).
Es aquí donde y cuando el sindicalismo falla por no estar preparado o debidamente reciclado.
Al respecto Malva Espinoza nos hace presente que: “… la globalización ha producido transformaciones substantivas en las relaciones laborales…”. Y agrega que los cambios se han producido en el “empleo” y en las condiciones de trabajo”. Por ejemplo, menciona el debilitamiento del rol ─función─ del Estado…”, permitiendo que “sea el mercado el que regule el empleo, los salarios y las prestaciones sociales”, y de igual manera se produce un fortalecimiento de la autonomía empresarial. Y afirma que “es la empresa quien define unilateralmente las condiciones de trabajo y salarios…”.
Malva Espinoza, respecto del sindicalismo en el momento de la globalización, dice que ha caído en un debilitamiento, con una tendencia creciente hacia la pérdida de derechos adquiridos y/o una disminución de las exigencias reivindicativas, otorgadas por los empresarios, autoridades de gobierno, “centros de poder financiero internacional, FMI y Banco Mundial; razón por la que algunos países están haciendo equilibrios al filo de la  banca rota”.
En las primeras décadas del siglo XX existía un dicho que aconsejaba al empresario: “si quieres ganar dinero, llévate bien con el obrero”.

domingo, 18 de octubre de 2015

SINFONÍA EN EL ATARDECER DE LA VIDA



SINFONÍA EN EL ATARDECER
DE LA VIDA

Miguel Suárez Sandoval



HE PERDIDO tanto en mi vida, que podría decir que no he ganado nada. Y en mi mundo lo único que ─para sobrevivir─ me ha quedado es la paciencia: lo demás lo he perdido o jamás lo tuve… Si no me pongo a llorar es porque mi alma hasta sin lágrimas se ha quedado, y, sobre todo, porque ─al meditar─ la razón así me aconseja.
Corrí tras de mucho que, después, como un fantasma desapareció dejándome en el campo como un palo abandonado, viejo y carcomido. A mi alrededor ni siquiera hormigas quedan porque saben que de mí no sacarán nada.
Abandoné mi pueblo con su olor a pan caliente a las seis de la mañana y a flores y frutas mientras brilla el Sol o cuando la Luna guiña en el horizonte y lentamente da la sensación que resbala.
Siempre soñé tener una casa, en la casa un jardín y en el jardín unas flores. Sobre los dos tercios de mi vida he tenido muchas flores; pero no tuve jardín porque tampoco tuve casa. Por eso las flores murieron o se fueron destruyéndome la vida, paulatinamente, al son que cada una de ellas moría o se iba.
¿Qué será de mí cuando, para caminar, tenga que sujetarme de un palo que lo lleve por delante? ¡Ojalá que ese palo sea de algarrobo! ¡Y si es de El Cholocal… mejor!, porque estoy seguro de que no lograré que sea de naranjo! ¿Qué será de mí cuando ni con bastón camine, y sordo y ciego me quede acurrucado en un rincón?... ¡Después de ser obispo volver a sacristán! ¿Será una bendición ser lo que nunca he sido o un castigo para expiar mis culpas por actos que cuando mozuelo he cometido? Las flores más bellas envejecen y se marchitan.
No hay cerco que no haya saltado, abismo al que no haya descendido, ni cima que no haya alcanzado: todo lo que me he propuesto y de mí ha dependido lo he conseguido... Pero, ¿ahora qué? Ya todo lo he perdido.
La miel de las abejas no solo la he bebido, sino que  también entre mis mano la he chorreado; he disfrutado el néctar de las flores, incluyendo las silvestres. Sin embargo, existía una que, aunque silvestre, sobresalía entre todas… Pero, ¿ahora qué? A mi cuerpo lo siento, además de frío, endurecido.
Con eso que llaman “reforma” he visto condecorar al delincuente y que el juez le pida disculpas y favores; he visto perseguir al inocente, condenarlo y encarcelarlo de por vida; pero ahora no veo los colores de las flores, no oigo el trinar de los pajaritos al despuntar el alba. Estoy sordo y estoy solo: qué triste es el atardecer de la vida cuando mísero al final uno se queda.
La higuana que corre al mediodía entre hueco y hueco y se esconde entre algarrobos, porque se quema las patitas, ¡no llega a su destino!
Por donde pasa el agua, muchas veces los pobres se mueren de sed, porque el agua no es de ellos: se la han usurpado los ricos o es del Gobierno y el Gobierno también es de los ricos. La chacra del pobre se vuelve polvo, su ganado se cae, el sol quema en sus lomos y hace de sus pellejos fundas en las que se depositan solo huesos. Y cuando a fin de año vuelven las lluvias se llevan todo lo que la sequía ha dejado. Todo termina y para el pobre solo hay miseria y desde lo más alto del cielo el astro rey que lo calcina.
Un barco fantasma que, entre la bruma, al garete navega, da vueltas en extensa órbita alrededor del mundo, como un cometa en el espacio. Con su silueta perfecta, con diferentes colores en cada viaje, cual una sirena: aparece. Fue mujer y en su silueta de lejos luce como mujer; con su falda y su blusa, lleva los mismos colores en el casco: amarillo, color del amor adolescente, y blanco: pureza del alma de la línea de flotación al puente. Poseidón por su belleza y ternura para mantenerla cerca y tener prole con ella la convirtió en sirena y más tarde en una barca para juguetear en viajes redondos, desde el Codo de la Vieja hasta el final de los mares. ¿Un mandato o maldición de Afrodita por lo sucedido una tarde inolvidable?
Se acerca en cada viaje a modo de reloj, que al llegar marca las 04 en el punto de partida como aún buscando puerto; mas, estando cerca, vira alejándose mar adentro. De proa a popa presenta su silueta cual una bella durmiente y a lo lejos se divisa en la popa su nombre escrito en letras de molde.
Unas noches de insomnio, con intervalos de sueño hechos de pesadilla o como un puente rajado que a ningún sitio conduce. En los días mi cielo era negro no obstante que el sol brillaba: un cielo de invierno en pleno mes de verano; pero, menos mal que ─después de un lapso de ser víctima de delirios─ como una ñusta aparece entre los muros incaicos: junto a las ruinas canta y baila el día del Inti raymi.
Del imperio cojo el Sol; del paisaje, los colorines. Y de su vida y la mía formamos un nuevo reino…
Los cuatro suyos son nuestros porque los dos heredamos. Y en las lajas y los quipus escribimos un nuevo renglón de la historia.
Cuarenta años escritos en el corazón de los Andes, en las piedras monolíticas, entre cerros y quebradas; desde las ruinas del Coricancha hasta el centro de la plaza del nuevo Cusco.
Así como cayó el imperio de los Incas y como se oculta el Sol en los Andes… se fue para siempre entre pututos y quenas, en medio de coronas y chullos. Pero el Inti, en esos ratos, tras arbustos y cerros, asoma para acompañarla y hace que el mundo amanezca.
Los códigos, la Constitución y otras leyes, ¿de qué sirven cuando solo quedan segundos en el reloj de la vida? ¿Para qué nos sirve, a los pobres, tantos procesos cuando al “dictarse sentencia” se necesita algo que no tenemos? ¿De qué nos sirve?... ¡De nada!
Solo somos un grano de arena en el desierto o en las playas de un mar inmenso. Pero para darme cuenta he tardado más de 80 años.
Caminante ─tú que vas a Santiago de Compostela, como a las ruinas de Machu Picchu─ no pierdas el tiempo. Pero tampoco vivas la vida tan de prisa. Estoy seguro de que llegarás muy lejos. Ahora que han pasado tantos años de mi vida y muchas cosas, estoy aún caminando sobre el último tercio de la jornada y no puedo decir que mi tarea ha terminado, porque nunca supe lo que el Altísimo me ha encomendado.
Recuerdo la noche de un 05 de agosto, de esos que pasan tanto. Eran unos días de fiesta; días de amor; en que se cambia el olor del pueblo por el del incienso; noches de colorines y algarabía… Horas de fe inocente; días en que los hombres y mujeres “se ganan el pan con el sudor de sus frentes”. Particularmente una noche de esas en que en el pueblo nadie duerme.
Alumbraba las calles una luz intensa que salía de los toldos. El calor era de casi 20 grados, no obstante ser de madrugada. Tierras cálidas de Motupe ─“mi pueblo”─ que en mi corazón es latido.
A lo lejos se escucha el eco de la gente que reza y del templo sale un olor a eucaristía; fiesta y parranda. Apuestas y maldiciones de miles de forasteros. Hay de todo, se consume de todo. Harapientos que en esos ratos “son reyes”, “napoleones” narrando su Waterloo; “políticos” y “oradores” que arengan eufóricos a sus masas que en esos instantes existen solo para ellos.
Una tetera con agua hirviendo silba con la fuerza del vapor que escapa por el pico. Una cafetera que espera. Una “china tonderuda” que cuando se agacha de espaldas parece tener la fortaleza de una elefanta, y cuando se exhibe erguida de frente, por la exhuberancia de los adornos de su pecho, es como si estuviera escondiendo dos panetones, pero vivos… digno ejemplar de las hembras de mi pueblo; recostada a la mesa dormita con un ojo y con el otro vigila para que no le roben.
En la mesa ─cubierta con un hule de esos de antaño, floreado de colorines─, está un hombre joven con aspecto adolescente, sentado en una silla, apoyando sobre la mesa sus codos y sobre sus manos la testa.
No mira a nadie, no duerme. Cantan los gallos anunciando la madrugada… ¿Piensa? ¿Piensa en la religión? ¡Tal vez no! De rato en rato cierra los ojos… ¿Duerme? ¡No! Medita. En un mundo tan concurrido, un hombre solo que piensa. ¿Está embriagado? ¡No! ¿Es abstemio? Acerca a sus labios una taza de café humeante.
Sobre la mesa reposan unos naipes y un cubilete de esos de echar los dados.
En esos momentos un hombre anciano desmonta de una mula negra. Está vestido de chalán, con un poncho blanco de hilo de algodón, que lleva una de las puntas puesta a la bandolera. Es una figura atractiva: un caballero en una noche sin luna. Busca una mesa y no encuentra, no obstante que muchas están vacías.
La china despierta, alerta para ofrecer sus servicios.
El anciano ─después de mirar en redondo─ se acerca al joven meditabundo y le pide permiso para sentarse. El joven no le contesta. Con un ademán muy sencillo, sin dejar de ser cortés; pero soberbio e indicando con los dedos de la mano izquierda, pide un café caliente que presto le es alcanzado.
El joven sigue pensando sin darse por aludido. No le interesa el café, ni el anciano, hasta que este rompe el silencio.
─Señor, ¿no me ha visto, ni ha olido el café?
El joven levanta la cara y con los ojos interroga por aquello que no ha oído porque estaba aparentemente pensando.
─¿En qué piensa, joven, si se puede saber? ─pregunta el anciano.
─En nada y en todo ─contesta el muchacho─, porque en todo hay que pensar y en nada hay que detenerse.
─Interesante respuesta; pero con ella no ha contestado mi pregunta ─dice el anciano. Y agrega─: ¿En qué trabaja?
─Soy estudiante ─contesta el interrogado, con palabras entrecortadas.
Se cuentan ambos sus viajes de idas y venidas, con carreras y tropezones.
─¿Y qué hace acá? ─pregunta el anciano.
─Como le dije, soy estudiante pobre y estoy donde pueda ganarme la vida; aunque me sea difícil, por la pobreza que siempre llevo a cuestas. ¿Una broma que nos juega el destino? ─expresa.
─¿Una broma que le hace el grande al chiquito? ¿Qué a los pobres les hacen los ricos? ─añade el anciano. Y acota─: ¿Qué es la muerte?
─¡La muerte no existe! ─contesta presto el joven─. Es invención del hombre para ocultar su ignorancia. El rico se ríe de lo que le hace al pobre, mientras que el pobre llora porque no entiende lo que sucede a su alrededor.
─¿Sabes jugar con las barajas? ─pregunta el anciano.
─No ─responde el muchacho.
─¿Y a los dados?
─¡Tampoco!
El anciano busca un punto de apoyo para conversar con el joven; pero este no ofrece batalla.
─¿Alguna vez has jugado? ─el anciano no se da por satisfecho.
─Sí. Cuando fui agente viajero; pero alguien me guiaba. Siempre ganaba por lo que no me era divertido. Decían que eso era por ser mano virgen.
─Hijo, me has caído en simpatía ─se franquea el anciano─. ¿Quisieras jugar conmigo, aunque sea una sola partida, para ver si arreglas tu vida y no andes de tumbo en tumbo?
─¿Y por qué? ─contesta el joven.
─Porque tu vida sería mía si perdieses. O tuya si me ganases. Y vivirías como Barrabás. Si la vida hiciera de ti un caballero, cuando menos estás en la obligación de ser un buen jinete; porque, de lo contrario, el mismo caballo se encargaría de tirarte al suelo.
Ambos se miran. Y después de un instante, el joven le dice al anciano:
─Según usted todo en el mundo es broma. Y toda broma es vida, aunque en ella hasta la vida se pierda. O todo en el mundo es error y hay que aprender a convivir con ello. Y uno más o uno menos, ¿a quién podría importarle?
Y hablando y estirando el brazo, el joven cogió el cubilete.
─Como viejo te confieso que nunca he sido honrado tratándose de estos juegos. Y creo que en el mundo nadie lo ha sido; pero por primera vez voy a serlo ─dijo el anciano, como dar otro sorbo del café.
─¿Y qué jugamos si soy un estudiante y estoy siempre hecho un misio?
─El hombre siempre lleva algo muy preciado, que nunca ha tenido en cuenta ─asegura el anciano, con pasmosidad.
─¿Qué es?
─¡Su vida!
─Pero… ¿Mi vida quiere que se le entregue? ¡Chit! ─anota el jovencito, quizá dándole más importancia a lo que afirmaba.
─¡Hombre!... ¿Pero no acabas de decirme que de nada te sirve? ─replica el anciano.
─¡Incoherencias humanas!
El joven toma el cubilete haciendo sonar en la mesa mientras escucha la interrogante del anciano:
─¿Qué estudias, hijo mío?
─Derecho, porque quiero ser abogado. Un juslaboralista, aunque sea de viejo.
─¿Con esa facha, “derecho”, cuando todo en el mundo es torcido? Todo en el mundo es torcido. Todo en el mundo es corrupto. Todo en el mundo es podrido.
Una pausa breve se generó porque sonó la tetera avisando que el agua estaba hirviendo.
El anciano, con una cara de experiencia, mirando muy fijamente, gesticulando, al son que movía las manos, afirmó:
─Hijo, ¿no te habrás equivocado? Ilusiones de juventud.
─Pero si estas no existiesen tampoco habría arrepentimiento y el mundo no avanzaría.
─Lo que pasa ─prosiguió el anciano─ es que los hombres creen que la justicia tiene cara de mujer y que es muy bonita, cuando en realidad es varón, y de su cara ni hablemos. ¿Recuerdas a Cuasimodo y Esmeralda? ─preguntó.
─En “Los miserables”, de Víctor Hugo. Sí.
El anciano, con mucha calma y sin ningún rasgo, que pueda decirse de alegría, prosiguió:
─Esmeralda no representa la justicia. Más bien podríamos decir que quien la personifica es Cuasimodo.
─Cuando menos en nuestro medio ─recalcó el joven.
─Serás abogado… Lo serás. Lo estoy viendo en tus ojos ─anunció el anciano, a manera de respuesta.
El joven sonrió expresando alegría en su rostro. Y menea el cubilete, porque veía más claridad.
Y el anciano anima al joven:
─Tranquilo. Tranquilo, que jugamos solo una partida en una sola tirada.
El joven como tenía el cubilete en la mano, tal vez sin interpretar debidamente lo que el anciano había pronosticado, lo mira y piensa que instantes como esos no hay dos en la vida. Revuelve el cubilete tapándole la boca, menea fuerte, jala sobre la mesa, recibe al borde y presto como un rayo tira: “¡Cuatro ases y una quina!”, grita.
─Me has ganado ─dice el anciano─. No tengo opción a tirar. Me has ganado.
Y dando el último sorbo al café, que ya estaba frío y aún no lo había pagado, se puso de pie como si una serpiente lo hubiera mordido.
─Gracias, abuelo. Me has distraído y hecho pasar un buen rato.
El anciano se aleja de la mesa, se acerca a su mula ─que ya estaba más que pajarera─, coge la brida y la montura con la mano izquierda… Y en el momento que coloca el pie dentro del estribo del mismo lado, se escucha la voz del joven que gritando pregunta:
─¡Dime quién eres, abuelo!
El viejo ya estaba sobre la mula.
Retumba un trueno… Y un relampagueo alumbra la casa. El anciano, ya avanzando, voltea y contesta, con una voz que nada tenía de dulce: “¡La muerte!”
Buenos amigos son los muertos, porque ellos no traicionan ni son tránsfugas.
Muchos años ─más de medio siglo─ han pasado desde aquel 05 de agosto de los primeros años de la segunda mitad del siglo XX. Parece que es tiempo de volver y sentarse a la misma mesa, cuando menos en el mismo sitio… Y, de ser posible, a la misma hora, para dar gracias al cielo. Recuerda que: “contar nuestros secretos es a menudo una locura. Contar los ajenos es una traición”:.